La búsqueda de vida extraterrestre bajo el paradigma de la biología basada en el carbono descuida la posibilidad de que existan conciencias extraterrestres radicalmente distintas a nuestros preceptos, conciencias que podrían distribuirse por todo el universo de manera incorpórea.
Desde hace algunas décadas, particularmente por los esfuerzos de Carl Sagan, uno de los temas más populares de la divulgación científica es la búsqueda de vida extraterrestre. Todo los días numerosos medios de comunicación reportan sobre los últimos descubrimientos en la exploración del cosmos, desde el estudio de bacterias en meteoros, agua en la superficie de Marte o el más reciente exoplaneta que podría albergar vida. La NASA y el Instituto Seti, entre otras organizaciones, gastan millones de dólares en esta importante tarea que ejerce una profunda y vital reflexión sobre nuestro lugar en el universo.
Casi todos los esfuerzos de búsqueda de inteligencia extraterrestre están formulados desde una perspectiva biológica y desde el paradigma antropomórfico de que la vida debe de estar basada en el carbono —ya que nosotros, la supuesta punta de lanza del universo, y toda la vida de nuestro planeta, evolucionamos con base en este elemento. Consideramos entonces que el desarrollo de la conciencia es el resultado de la complicación de la materia, un subproducto de la selección natural, embebido en un soporte de moléculas de carbono. Y entonces buscar inteligencia o conciencia fuera del planeta equivale a buscar planetas donde se podrían desarrollar seres orgánicos basados en el carbono, similares a nosotros.
Además de esta tendencia, que ha sido denominada chauvinismo de carbono, también existe la limitante que se ha seguido al suponer que los extraterrestres, de existir, intentarían comunicarse con nosotros por medio de ondas de radio, o que monitoreando las ondas de radio en el espacio podríamos detectar su presencia. Al respecto Terence Mckenna escribió: «Buscar expectantes una señal de radio de una fuente extraterrestre es probablemente una presunción limitada a nuestra cultura, tal como buscar una buen restaurante italiano en la galaxia».
Algunos científicos consideran que la vida podría formarse a partir de diferentes elementos, tales como el silicio o el hierro. El profesor de la Universidad Glasgow, Lee Bronin, se encuentra trabajando en construir células inorgánicas que sean capaces de autorreplicarse, bajo su teoría de que “la vida” (aunque esta palabra cobra un nuevo significado) podría darse a partir de otro tipo de elementos.
El astrofísico Victor J. Stenger va más lejos y cree que es un “chauvinismo molecular” pensar que la moléculas son completamente necesarias para la generación de vida en el universo. Núcleos atómicos podrían bastar en un universo tan desconocido como el nuestro.
La tecnofilosofía del transhumanismo no solo cree factible y cercana la creación de inteligencia artificial, sino que plantea la posibilidad de que en un futuro podamos descargar nuestra conciencia en un objeto, de la misma forma que se puede subir un software a una computadora. Esto nos lleva a la evidente pregunta de si en apenas miles de años de evolución el ser humano se acerca a un estadio donde esto ya se puede imaginar con cierta base teórica, y por lo tanto seguramente realizar (tal es el poder de la imaginación), entonces, ¿qué podría ser de una civilización que haya tenido millones de años para evolucionar? ¿Acaso no habrían entrado al ámbito de la postbiología y podrían descargar su conciencia en un satélite computarizado o incluso dismeninarla por todo un planeta o una galaxia entera? Recurriendo a la multicitada frase de Arthur C. Clarke, “La tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”, una magia tal que fusiona la conciencia con el tecné.
¿No sería entonces razonable pensar que podrían existir extraterrestres inorgánicos, inteligencias cósmicas de formas que van más allá de lo que podemos ver en la Tierra y de lo que nuestra mente refleja en el universo?
Tanto Arthur C. Clarke como Stanley Kubrick pensaban esto y por eso hicieron del monolito negro un símbolo de una inteligencia extraterrestre de la forma más abstracta posible (una inteligencia puramente geométrica o tal vez una supercomputadora inteligente extraterrestre).
“Tales inteligencias cósmicas, creciendo en conocimiento por eones, estarían tan distantes del hombre como nosotros estamos de las hormigas. Podrían estar en comunicación telepática instantánea a lo largo del universo, podrían haber logrado la maestría total sobre la materia y de esta forma se podrían transportar instantáneamente a través de billones de años luz de espacio; en su última fase podrían abandonar la forma física y existir como una consciencia incorpórea inmortal en todo el universo”, dijo Kubrick en una entrevista sobre 2001: Una Odisea en el Espacio.
Incluso más fascinante que la gran posibilidad de que existan extraterrestres altamente evolucionados capaces de trascender la biología como la conocemos, es que la conciencia sea un fenómeno fundamental intrínseco al universo. Uno de los campos más vanguardistas de la física estudia la posibilidad de que la conciencia sea un fenómeno íntimamente cuántico, surgiendo de estados de entrelazamiento y de coherencia cuántica.
Bajo la concepción de un universo fundamentalmente informático no es del todo difícil concebir que la conciencia sea lo que genera la materia (ese maia) y no al revés, de la misma forma que la información genética programa tu cuerpo a su existencia. Esto es lo que distintas tradiciones religiosas y esotéricas han dicho por miles de años. En el budismo existe una profunda identidad entre el vacío y la conciencia (absoluta); el hinduismo sugiere que el universo no es más que el sueño de Brahma y por lo tanto todo esto no es más que mente; en el gnosticismo se manifiesta que el universo es la emanación del Logos; la cábala también concibe al mundo como creado a partir del lenguaje, de tal manera que la palabra es previa y más esencial que el polvo, es el verdadero polvo adánico.
La información, el lenguaje y la memoria están indisociablemente ligadas a la conciencia. Y tanto la información como el lenguaje y la memoria no dependen necesariamente de un cuerpo orgánico para existir —en todo caso usan vehículos orgánicos para replicarse. El biólogo Rupert Sheldrake ha formulado una fascinante teoría de campos morfogenéticos en la que señala que la memoria existe distribuida en la naturaleza a la manera de un campo (como la gravedad) y como tal va más allá de los cuerpos que supuestamente contienen una memoria. Los organismos, según Sheldrake, sintonizan esta memoria particular a una especie —en este sentido la memoria es parte del espacio, de manera similar al concepto de Akasha en el hinudismo: un registro holográfico de todo el universo.
Todo esto para plantear la hipótesis de que la conciencia puede manifestarse de formas que trascienden nuestra habitual vinculación de conciencia-cerebro (materia). Por siglos las religiones han sostenido supuestas comunicaciones con seres divinos, incorpóreos, y por milenios las culturas chamánicas han sostenido comunicarse con entelequias, númenes, fuerzas de la naturaleza, elementales, ancestros o espíritus que revelan información que difícilmente podrían obtener ellos mismos. Algunas de estas culturas chamánicas o indígenas sostienen en su cosmogonía que algunas de la conciencias con las que se comunican provienen del espacio. Tal es el famoso caso de los Dogon, una tribu africana que, sin entrar en contacto con la ciencia occidental, descubrió que el sistema de Sirio era un sistema estelar binario. Los Dogons señalan que esta información les fue revelada por unos seres acuáticos provenientes de Sirio.
Aunque entramos, por un momento, a un terreno que se aleja del método científico, y que no podemos constatar si un mensaje es verdaderamente de origen astral o solamente una autoproyección cósmica del cerebro humano, consideremos por un momento la posibilidad de que conciencias extraterrestres puedan comunicarse con el hombre. Tanto Aleister Crowley como George Gurdjieff, Timothy Leary, Robert Anton Wilson y Phillip K. Dick, en algún momento de sus vidas, creyeron o al menos imaginaron estar en contacto telepático con inteligencias extraterrestres justamente de la estrella de Sirio (esto es algo que relata Robert Anton Wilson en su libro Cosmic Trigger). En su perihelio gnóstico, Phillip K. Dick incluso conjuró en VALIS una deidad informática siriana que programa, como un simulacro, nuestra realidad.
Curiosamente varias culturas clásicas en la historia humana, como la egipcia, la griega y la maya, relacionaron a sus dioses con estrellas y planetas del sistema solar. Esto tiene un carácter eminentemente simbólico, astrológico, pero en algunos casos se llegó a jugar con la literalidad. Tal es el caso de los numerosos semidioses o reyes que al morir se convierten en estrellas (como si la iluminación, la trascendencia, fuera “graduarse” de la Tierra para ascender a la conciencia astral).
En su libro The Physics of Angels, escrito junto con Matthew Fox, Rupert Sheldrake indaga la posibilidad de que los cuerpos celestes puedan tener conciencia de sí mismos (algo que permea todas las tradiciones religiosas autóctonas: que la Tierra es un ser consciente, la Madre Tierra).
«La segunda pregunta que viene a la mente es: bueno, si el universo está vivo, si los sistemas solares y las galaxias y los planetas están vivos, ¿también están conscientes? ¿O están vivos pero no tienen conciencia, de la misma forma que tal vez una bacteria puede estar viva pero no tiene conciencia? ¿Y el tipo de vida que puede existir en el cosmos tiene más conciencia que nosotros, o asumimos que es mucho menos conciente que nosotros? ¿Somos los seres más concientes que existen en el universo? La respuesta común de la ciencia es que sí. Yo creo que esa es una presunción muy poco probable. Así que si llegamos a la idea de muchas formas distintas de conciencia, si la galaxia tiene vida y conciencia, entonces debería de tener una conciencia mucho mayor que la nuestra —mayor en extensión, mayor en sus implicaciones y poder y mayor en la expansión de su actividad. Esto desde el punto de vista de la ciencia es una idea ridícula, porque la ciencia ha erradicado la conciencia de cualquier otro lugar en el universo que no sea el cerebro humano», dice Sheldrake.
Aunque expulsado y confinado por la comunidad científica mainstream, Sheldrake tiene una impecable formación académica (egresado de Cambridge), de ahí que se atreva a tocar un tema que evidentemente supera la capacidad (y la apertura) que tiene la ciencia moderna, enramando explorativamente esta hipótesis con los postulados del más esotérico gnosticismo. Según la filosofía gnóstica, existen una serie de seres superiores llamados arcones, cada uno de los cuales es una inteligencia rectora de un planeta (Sofía, la sabiduría, en el caso de la Tierra). Los arcones, de manera similar a los ángeles (aunque con un lado oscuro, ya qu según algunas versiones son como arquitectos de la matrix-prisión de realidad donde servimos como alimento), sirven al demiurgo y regulan un sistema estelar.
En su magnifica novela The Three Stigmata of Plamer Eldritch, el gnóstico Phillip K. Dick escribe en voz de una inteligencia extraterrestre:
«Lo que quiero decir es que me convertiré en todas las personas del planeta […]. Seré todos los colonos mientras arriban y empiezan a vivir aquí. Guiaré su civilización. Es más: seré su civilización».
Estamos buscando vida extraterrestre, pero, ¿por qué no buscar conciencias extraterrestres y superconciencias aquí en la Tierra? El mensaje cósmico del espacio podría ser el Logos del Sol, el lenguaje de fotones de nuestra estrella, algunos códigos saturnales o, por qué no, unas cálidas radiaciones venusinas. Y por supuesto la inteligencia íntima, la con-ciencia compartida de la Tierra —la voz azul de nuestros huesos— de la cual quizás solo seamos (todos) una especie de prótesis avatárica. Sí, estamos conscientes de que esto es una forma de neopaganismo seudocientífico que mezcla diversos conceptos para formular una hipótesis que se apoya más en la imaginación (aunque también en la intuición) que en las “verdades comprobables”, pero, ¿por qué autolimitarnos en nuestro llamado de la radical otredad cósmica, la entidad eterna buscada por todos desde el principio del tiempo? Y he aquí la teoría del nuevo paradigma de búsqueda extraterrestre: esa búsqueda debe de hacerse en nuestra propia conciencia. Porque si la conciencia es un fenómeno cuántico, inmanente y ubicuo en el universo, entonces nuestra conciencia está entrelazada a la conciencia astral de seres extraterrestres —que quizás no necesariamente sean divinos amigos, sino todo lo contrario, algunos podrían ser predadores de nuestra conciencia dentro de la pirámide evolutiva (y entonces conocerlos sería vital para nuestra libertad).
«Ya que en realidad el universo está compuesto de información, entonces puede decirse que la información nos salvará», dice K. Dick en VALIS, donde también añade: «La “salvación” a través de la gnosis —anamnesis (la pérdida de la amnesia), mejor dicho— aunque tiene un significado individual para cada uno de nosotros —un salto cuántico de percepción, identidad, cognición, entendimiento, experiencia de mundo y de ser, incluyendo la inmortalidad— tiene mayor significado para el sistema como un todo, ya que estas memorias son datos valiosos que se necesitan para su funcionamiento general».
La ferviente posibilidad de que todo el universo sea un ser consciente del cual somos parte indivisible llevando a cabo una especie de misión informática para su código a través de nuestras experiencias —las cuales lo alimentan— es sin duda, bajo el entendimiento de la espiritualidad moderna, uno de los más resonantes vislumbres articulados por diferentes personas desde diferentes ópticas. En cierta forma no seríamos nosotros los que experimentamos algo, sería la experiencia (el universo mismo en su infinito ser) la que nos experimenta (el universo se experimenta a sí mismo desde la diversidad en un juego de rol).
Quizás la clave, como señala K.Dick y como antes cifró Platón, sea la memoria, recordar quiénes somos. Acceder a nuestro ADN a plenitud o a los registros de nuestro espíritu, quizás sea una forma de encontrar también esa otredad cósmica que ansiosamente buscamos, intuyendo que en su espejo podremos observar una pieza ausente de nuestra esencia. El amor o el pavor por el alien posiblemente sean manifestaciones de una importante transformación en ciernes. La Conciencia que nada en sí misma y se hace más grande al descubrir que está compuesta por un arcoíris galáctico de entidades.
Fuente: [Pijama surf]