Pertrechados de escafandras y botellas de oxígeno y cargados de sigilo. Una cuadrilla de cazatesoros horadó durante días el subsuelo acuoso de una vivienda en el extrarradio de El Cairo en busca de los restos de un templo faraónico con más de tres milenios de antigüedad.
El valioso botín está ya en manos de las autoridades egipcias. El ministerio de Antigüedades ha comunicado este miércoles que un equipo de expertos ha logrado recuperar del lugar las piezas localizadas por una excavación ilegal integrada por siete personas en el interior de una casa del pueblo de Badrashin, a 30 kilómetros al suroeste de El Cairo.
En su aventura, los traficantes -detenidos por la policía de antigüedades y turismo hace dos semanas- no olvidaron el más mínimo detalle: contaban con botellas de oxígeno, trajes de buceo y todo el material necesario para sumergirse en el pozo donde reposaban los vestigios.
La recompensa lo merecía. Entre los objetos hallados tras bombear los nueve metros de agua subterránea, se cuentan bloques de piedra con inscripciones jeroglíficas que datan del reinado de Tutmosis III (1490/68-1436 a.C.), el faraón más poderoso de todos los tiempos. «Tutmosis el grande» subió al trono tras el óbito de su tía y madrastra Hashetsup (1508-1458 a.C.) y reunió la virtud del estratega militar y el gobernante brillante.
La pieza más formidable de los restos de un templo levantado durante el Imperio Nuevo (1539-1075 a. C.) es la estatua de una persona sedente de 2,5 metros de altura tallada en granito rosa. Los agentes han escoltado el regreso a tierra del coloso -con los brazos extraviados y muy deteriorado tras siglos bajo agua- y su traslado a la necrópolis de Saqqara para su paso por quirófano.
En la colección que ha sobrevivido al naufragio también figuran fragmentos de columnas y siete estelas murales. El ministro de Antigüedades Manduh el Damati ha catalogado el lugar como sitio arqueológico y ha ordenado el inicio de una excavación para arrojar más luz sobre los hallazgos.
No es la primera vez que los cazatesoros protagonizan un descubrimiento y son atrapados por las autoridades. Presentes ya en el Antiguo Egipto, los ladrones del fascinante patrimonio faraónico han convertido en filón los tres años de agitación política que ha vivido el país árabe desde el ocaso de Hosni Mubarak.
Los robos han germinado en la necrópolis de Dashur, al abrigo de la ampliación ilegal de un cementerio; en la ciudad de Antinoópolis, fundada en el Medio Egipto por el emperador Adriano o en las colinas del sureño Asuán, donde el pasado año los habitantes hallaron cuatro tumbas de altos funcionarios del Antiguo Egipto que esquilmaron durante diez meses ante la pasividad policial.
Algunas de las aventuras de los cazatesoros han acabado en tragedia, con sus urdidores sepultados en los túneles excavados en busca del saqueo. En otras ocasiones han alimentado el mercado negro de patrimonio que el Estado egipcio trata de erradicar o han tenido su desenlace en un arresto.
Como sucedió también el pasado julio. A principios de aquel mes una misión de arqueólogos locales se topó con una bella capilla esculpida en piedra caliza de la dinastía XI (2061-1991 a.C.) bajo una calle de Sohag, en el Alto Egipto. Días antes la policía había cazado a unos vecinos perforando el páramo sitiado por las viviendas, a unos metros del templo de Seti I (1290-1279 a.C.).